Timoner siempre será el primero
Se hace difícil escribir de quien se ha dicho todo. El adiós de Guillem Timoner representa el final de una era. El ciclista que nos deja fue el pionero de un tiempo que partió mucho antes que él. El vecino de una Mallorca que se desdibuja en el horizonte. Nos ha durado más de noventa y siete años el primer campeón del mundo de ciclismo. En una tierra de campeones, la figura de Timoner representa la cúspide, la cima. Después de él, los éxitos que se sucedieron solo replicaron sus gestas.
Me voy a centrar en la representatividad de su figura más que en la narración del glorioso caudal de éxitos que cosechó. De Timoner tenemos recuerdos en blanco y negro. Sin embargo, para sus contemporáneos el campeón fue luz y color en años grises, en tiempos duros de hambre y dificultades inimaginables en nuestros días.
Cuentan de él que su valentía y raza le hacían insuperable. La velocidad de aquellos amasijos impulsados por unas piernas prodigiosas, que se desplazaban entre las míticas stayers, transformaban cualquier carrera en un delirio colectivo. Tanto para quienes se jugaban la vida en cualquier gesto, despiste o accidente, como para aquellos que se agolpaban en las gradas con entusiasmo y jolgorio para seguir con atención las carreras de pista.
Adiós a una era de pioneros
La partida de Timoner despide una era de pioneros. Aquellos deportistas lo fueron, y también las multitudes que llenaban los velódromos con sus elegantes trajes y corbatas. Lo que hoy es un acto habitual y cotidiano de nuestra cultura deportiva, hubo un tiempo que supuso un cambio en las relaciones y comportamientos sociales.
El deporte entendido como espectáculo de masas, como distracción suscitadora de emociones emergió progresivamente. No fue hasta después de las dos Guerras Mundiales que asolaron a varias generaciones, cuando el incipiente fenómeno deportivo y cultural emergió para quedarse. Y Timoner estaba allí, con su bicicleta y su chichonera, luciendo sus maillots arco iris, aportando luz y sonrisas a sus coetáneos, tan carentes de ellas, pero a la vez, tan sabios de poderlas disfrutar, incluso sin un móvil para fotografiarlas.